El médico, la enfermera y el cornudo

Tú  no estabas enamorada de mí. Eso me decías constantemente cuando yo te decía que te amaba. Me apreciabas como amigo, pero sólo eso. Yo te dije que no me importaba que no me quisieras y que te casaras conmigo porque me bastaba con ese cariño. Yo amaría por los dos.

Pero tú insistías en que no, que todavía esperabas al hombre de tu vida y que yo no era ese hombre. Que sólo me querías como amigo. A pesar de todo de vez en cuando salíamos juntos y todos nuestros amigos sabían de nuestra situación. Un día me llamaste y me dijiste que habías conocido a un hombre del que te habías enamorado, que lo querías con locura. Era médico y lo habías conocido en el trabajo pues tú trabajabas como enfermera.

Estaba casado, no pensaba dejar a su mujer y no te importaba porque lo amabas con locura. Lo mismo que tú me amas a mí sin que yo te ame –me explicaste-, yo lo quiero a él con locura aunque sé que sólo busca follarme porque sigue queriendo a su mujer. Y te convertiste en su amante, en su querida.

Pero había un problema, según me dijiste: no querías que tu familia se enterara de que eras la querida de un hombre casado. Tus padres eran muy tradicionales y no querías darle ese disgusto, así que me dijiste que si yo te amaba tanto, quizás deberíamos casarnos para aparentar que éramos un matrimonio enamorado, aunque tú seguirías follando con tu amante.


Lo habías hablado con él, le habías hablado de mí y a él le parecía bien, Incluso le excitaba la idea de follar con una mujer con marido cornudo. Yo te dije que sí porque te amaba tanto que no me importaba ser tu marido cornudo. Es más, me excitaba la idea pues siempre había sido contigo muy sumiso y lo había aceptado todo de ti. Siempre.

Me dominabas y gobernabas aunque sólo fuéramos amigos y me solías llamar para que te fregara la casa y te lavara la ropa porque a mí me encantaba poder acariciar tu ropa, pegarla a mi cara y olerte en la prenda.

Y yo te dije que sí, que aceptaba, pero antes me dejaste las cosas claras:
Tu amante no quería que durmiéramos juntos, por lo que tendríamos camas separadas. La cama de matrimonio la ocuparías tú y tu amante y yo dormiría en otra más pequeña junto a la de matrimonio Tu amante no quería que te follara y por supuesto, jamás lo haría contigo. No podría penetrarte jamás.

Tu amante tampoco quería que te tocara y, por supuesto, no podría lamerte ninguna parte de tu cuerpo excepto el agujero de tu culo para excitarte y que así él te pudiera follar mejor. Y sólo me dejaríais lamerte el coño después de haber follado entre vosotros para
dejártelo bien limpio y presto para otro polvo con él.

Tu amante no quería que yo me hiciera ilusiones contigo, por lo que tus amigas y amigos comunes sabrían de nuestra especial relación, es decir, de que yo era un marido cornudo sumiso. Tu amante no quería que tuviéramos hijos, conmigo, por lo que si lo teníamos, él sería el padre y yo tendría que darle mi apellido y criarlo. Tu amante quería que tú estuvieras también disponible para follar con sus amigos, con sus clientes, y conseguir así tenerlos contentos y que pagaran sus altas facturas de su consulta privada.

Tú amante quería que yo te bañara, te prepara y vistiera cuando fueras a follar con él o con sus amigos y clientes. Tu amante quería que después de follar con él me azotas el culo para hacerme cornudo y apaleado y que jamás me hiciera ilusiones de ser otra cosa que marido cornudo y apaleado.

Tu amante no quería que yo me masturbara y tuviera orgasmos, me quería en castidad, y por eso me comprarías un cinturón de castidad que cerrarías y le darías a él la llave para que se la llevara y la guardara. Sólo él decidiría cuando podría masturbarme y correrme.

Tu amante quería que yo llevara siempre bragas para que así me sintiera más puta y femenina, más zorra y sumisa y comprendiera lo lógico y natural que era que tú te buscara un macho de verdad, un macho con cojones y muy hombre que te follara como tal. Por eso tirarías todos mis calzoncillos. Tu amante quería que prepara la cama cuando fuera a follar contigo, que os sirviera el desayuno y que le pusiera los condones cuando follara contigo.
- ¿Aceptas? – me preguntaste.
- Sí, lo acepto todo.
- Entonces bájate los pantalones que quiero azotarte.

Y lo hiciste, duro, muy duro, porque te habías vuelto un poco sádica y cruel y te excitabas castigándome y humillándome. Eso me dijiste.
- ¿Te gusta que te azote? –me volviste a preguntar.
- Sí, porque sé que a ti te excita hacerme cornudo y apaleado.
- Sí, me encanta, pero no es por eso.
- ¿Por qué es?
- Es que quiero que lleves el culo rojo y dolorido.
- ¿Para ver a tu amante?
- No, porque vamos a casa de mis padres a que les pidas mi mano.
- Pero ellos no lo van a ver rojo.
- Pero tú sí sentirás el dolor.
You have read this article Delirios with the title El médico, la enfermera y el cornudo. You can bookmark this page URL http://tangocupcakees.blogspot.com/2012/07/el-medico-la-enfermera-y-el-cornudo.html. Thanks!

No comment for "El médico, la enfermera y el cornudo"

Post a Comment