Dije que sí y ahora soy cornudo consentido y feliz


No es sólo que folles con otro, amor mío. Es que eres tú la que te lo follas, la que se sube encima de él y lo devora. Te lo comes con tu coño, con tu culo, con tu boca y hasta con tus tetas porque hasta te lo follas a la cubana apretando su polla con tus tetas. Sé que es así, que tiene que se así y que soy yo el que ha provocado todo esto, pero no sabía que llevaras dentro esa mujer tan pasional que ahora asoma.

Porque desde que te propuse hacer un trío aquella noche y tú te enfadaste, todo ha cambiado. Entonces te enfadaste conmigo, dijiste que tú no eras una puta y que no pensabas follar con otros.  Además creías que era una trampa y que si decías que sí, si aceptabas, yo podría acusarte de querer ponerme los cuernos. Y sabes que no era eso. 

Deseaba de verdad verte con otro. Lo había fantaseado a escondidas masturbándome, hasta el día que por fin me atreví  y te lo propuse. Pero tú te diste la vuelta en la cama muy enfadada y estuviste dos días sin hablarme.


Pero yo insistía, ¿te acuerdas?. Te insistía una y otra vez hasta que por fin accediste y dijiste que si. Pero con condiciones. ¿Condiciones? Sí, con condiciones. Eso me dijiste.  Y la condición era que serías tú  la que elegirías al macho. Y dije que sí. Y que además, si te gustaba, volverías a repetir con él siempre que quisieras. Y dije que sí. Y que podría llegar a ser tu amante fijo. Y dije que sí. Dije que sí a todo. No me importaba con tal de que accedieras a acostarte con otro delante de mi. Pero también comentaste que yo no podría participar, sólo mirar. Y dije que sí. 

Y así fue. Al día siguiente me informaste de que habías elegido al vecino: un joven cachas, tío bueno y muy guapo que tenía un gimnasio en los bajos del edificio. Me habías comentado alguna vez que las mujeres se lo rifaban e iban a su gimnasio a ligárselo, pero que él no les hacía mucho caso. Yo supuse que sería gay, pero cuando me dijiste que era él me convencí de que no lo era. Y dije que sí.

Vino a casa, lo recibiste en la puerta con un fuerte morreo en los labios y te lo llevaste al sofá para desnudarlo y follártelo. Porque te lo follaste tú. Me sorprendió que fueras tan efusiva, tan apasionada porque conmigo nunca lo habías sido.
- Es que tú pito ridículo  no me daba placer –me aclaraste luego cuando te lo pregunté.

Y te lo follaste tú con pasión, frenesí y devoción. Porque era devoción cuando le cogías la polla, lo mirabas a los ojos y se la chupabas con delectación. Porque era devoción cuando lo cogías de la mano, te lo llevabas a la ducha y le cogías la polla para ponerla en tu coño y que te follara, mientras yo miraba.
- Limpia la ducha y el suelo –me decías cuando se había corrido en tu coño.

Y yo te obedecía porque desde aquellos primeros cuernos tú ya no eras la misma.  El joven vecino venía a casa todas las noches a dormir contigo, a follar contigo, mientras yo lo hacia en una butaca si quería verte follar con él en el sofá, si estaba muy cansado. O en la alfombra, como hago últimamente,  porque dices que quieres tenerme a mano por si me necesitas. Habías cambiado. 

Me decías que ya que había otro hombre en la casa  yo tendría que ser el segundo y por tanto me correspondía a mi hacer las labores domésticas ya que tú estabas muy cansada de tanto follar con él. Así que yo  venía pronto del trabajo y las hacía, mientras tú te preparabas y te ponías guapa para recibirlo.  Y te lo follabas sin condón ni nada. A pelo, porque me confesaste que habías dejado de utilizar el DIU, los anticonceptivos y no querías que él te follara con condón porque querías sentir bien su polla en tu coño.
- No quiero nada que se interponga entre su hermosa polla y mi coño. Y además, como tú ya no me follas, ni lo volverás a hacer porque tu pito no me da placer, no hay problema.

Así que poco a poco él se fue apoderando dela casa, ocupando el lugar de macho que yo había dejado y tú seguías disfutando de él a tus anchas. Incluso me obligabas a ir a su gimnasio a hacer la limpieza mientras tú te lo follabas. Y últimamente me obligas a chuparle los huevos mientras te folla para excitarlo y que te folle mejor. Y también me obligas a llevar bragas para que él, al verme, se sienta más macho, más hombre, vea que en la casa no hay competencia y te folle mejor.

Y así estamos desde entonces. Pero  ayer, de pronto,  me dijiste que eras muy feliz. No venía cuento, pero me lo dijiste.
- ¿Tú eres feliz cornudo?
- Sí, mi amor.
- ¿Es esto lo que querías?
-  Sí, mi vida.
-  Pues me lo podías haber dicho antes.
-  ¿Antes?
-  Sí, antes. Mucho antes, porque él hace ya cinco años que es mi amante. Follábamos cuando tú estabas en la oficina y por eso cuando me propusiste que follara con otro, me enfadé y me negué en un principio, pero en el fondo di saltos de alegría.
- No lo sabía.
- Yo sí lo sabía, porque te había visto navegando en Internet por páginas de cornudos y sabía que tenías esa fantasía. Sólo era cuestión de tiempo que me lo pidieras.
- No sé qué decir.
- Sólo dime si eres feliz.

- Sí, lo soy.
- Lo sabía, querido cornudo. Lo sabía.
- Sólo me preocupa que no tomes precauciones para no quedarte embarazada.
- Lo sé, mi querido cornudo. Pero son los riesgos de querer ser cornudo. Y él es un hombre de verdad, un macho, un tío del que una quiere siempre quedarse preñada y tener un hijo. Es la naturaleza humana, ley de vida. 
- ¿Lo comprendes?

 - 
-  ¿Aceptas el riesgo?
-  Sí.
-  Le pondrás tu apellido si llega el caso.
-  Sí, lo haré.
-  Gracias, cornudo. Eres un cielo. Y ahora báñame, vísteme y maquíllame que viene mi hombre a follar y hacerte cornudo. A hacerte feliz.
-  De acuerdo.
-  ¿Qué se dice?
-  Gracias.
-  ¿Gracias por qué?
-  Gracias por hacerme cornudo.
-   Muy bien, pero esta noche quiero que te arrodilles delante de él, le chupes la polla, le lamas los huevos y le des las gracias por hacerte cornudo. ¿Lo harás?
-   Sí, lo haré
-   Entonces prepárame y ponme guapa para él.

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